La primera vez que supe de Joan Laporta fue en un programa de radio en 2003, en plena campaña electoral a la presidencia del Barça. Por un lado, tengo que decir que la primera imagen que me dejó fue la de un tipo sensato, humilde y con las ideas claras; con un mensaje de cambio que era lo que necesitaba un club en un momento tan difícil cómo el que vivía el azulgrana en aquél momento. Por otro, también pensé que un desconocido como él no tenía ninguna posibilidad de triunfar en unas elecciones que se presentaban cómo las más concurridas de la historia de la entidad.
Laporta se ha apuntado al carro de la buena vida desde que fue presidente. |
Pero la situación dio un giro inesperado - sobre todo gracias a la promesa del fichaje de Beckham, que nunca se produjo - y Laporta se convirtió en el vencedor de aquellas elecciones. A lo largo de sus siete años cómo presidente, hemos asistido al deterioro de su figura a pasos agigantados. Sus colaboradores se quejaron en varias ocasiones de los cambios de criterio y de ideales que el poder obró en Laporta, lo que produjo dimisiones en masa de varios de sus directivos, entre ellos Sandro Rosell, en sus dos primeros años de mandato. Sus promesas de "levantamiento de alfombras" de la época de Gaspart se las llevó el viento, y su imagen pública se vió dañada por sus salidas de tono - cómo el numerito de quedarse en gallumbos en el aeropuerto - y en mi opinión también por su marcado carácter político, algo que por otro lado hacen con demasiada frecuencia los presidentes del Barça. Tan rápida fue su caída que en tan sólo dos años pasó de renovar la presidencia con una mayoría aplastante, a enfrentarse a una moción de censura que estuvo a punto de acabar con su mandato y de la que se libró por muy poco. Y es que los éxitos deportivos le ayudaron mucho a mantenerse en el cargo, pero pesar de haberse convertido en el presidente más laureado de la historia del club - dos Champions y un Mundialito incluidos - pocos son los que atribuyen una gran parte del mérito a su labor como presidente.
Claro, que la palabra "víctima" tal vez no sea la más adecuada, pero no se me ocurrió una mejor para definirlo. La última etapa de su estancia en el poder estuvo marcada por su lanzamiento a la política, por sus frecuentes apariciones públicas en saraos de todo tipo y por una vida privada algo agitada. Su insistencia en temas políticos desde que se convirtió en presidente del Barça hacen sospechar que tal vez ese fuera su objetivo real cuando decidió presentarse a las elecciones, pero eso es difícil de asegurar. En cualquier caso, no puedo evitar recordar al tipo sensato y humilde que escuché hace no tanto tiempo. Dicen que el poder cambia mucho a las personas, y Laporta, después de siete años, es una persona muy diferente, aunque aún no tengo claro qué tan víctima sea.
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