Aplastamiento, es la palabra que mejor define a lo visto ayer en el Alianz Arena de Münich. Un Bayern pletórico arrolló a un Barça desconocido en lo físico, en lo táctico y hasta en lo anímico. Tampoco hubo respuesta desde el banquillo azulgrana, que pareció petrificado por lo que estaba viendo sobre el césped.
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"El Barça ha perdido el hambre en la presión, y con ello el factor que equilibraba la falta de poderío físico".
or primera vez en bastante tiempo, el Barça no llegaba a la eliminatoria con la etiqueta de favorito, y por desgracia, el partido tuvo el guión más pesimista posible. Conocíamos el gran momento del Bayern e intuíamos los problemas del Barça, escenificados en el partido de Milán y el choque de Copa ante el Madrid. Pero de un gran equipo se espera un plus de motivación, de concentración, de intensidad en este tipo de partidos. Ayer el Barça no mostró ni rastro de eso.
Y eso a este nivel se paga. El conjunto bávaro, todo lo contrario, pletórico. Defendía con ayudas constantes (gran partido en lo defensivo de Ribery y Robben), ganaba cada balón dividido, y supo aprovechar su superioridad por arriba para poner el 2-0 con segundas jugadas en sendos córners, obra de Müller y Mario Gómez. Aún sin la posesión mayoritaria, superaba cómodamente la débil línea de presión azulgrana y salía con velocidad y peligro. En dos transiciones rápidas llegaron dos tantos más, a cargo de Robben y de nuevo Müller. El Barça, largo, con mucho toque horizontal, sin movilidad y sin profundidad, sin desborde, incapaz de conectar con un Messi mermado que se pasó el partido de paseo, haciéndole poco favor al colectivo. Y desde el banquillo, ningún poder de reacción, ninguna variación táctica, y a la espera de que apareciera el talento que pudiera arreglar algo el resultado. Se les pareció olvidar que el talento no reemplaza al esfuerzo, y en este momento, el Barça tiene poco de lo segundo.
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