Cuatro años han pasado ya desde que España comenzara aquél sueño por el que tanto habíamos esperado, tras años y años de frustraciones; rompimos nuestra barrera maldita en cuartos ante Italia, y ante el mismo rival cerramos un círculo perfecto con una serie histórica, por inédita. Nunca antes nadie había conseguido ganar tres grandes campeonatos consecutivos. España es la primera en conseguirlo.
Y lo hizo de la mejor manera posible, siempre fiel al estilo, siempre con el balón como mejor aliado. Salió otra vez la España sin nueve, a demostrar a lo grande que el planteamiento que tan poco había convencido en encuentros anteriores podía ser más efectivo de lo que nos pensábamos. Gracias a la movilidad de un buen Cesc Fábregas, que dejó a los centrales italianos sin marca y sin saber bien adónde mirar. Tras unos buenos primeros quince minutos, una gran jugada colectiva y una excelente maniobra en el área del falso nueve sirvió para que Silva adelantara a España con un golazo.
A raíz del gol, Italia se vino arriba y comenzó a mostrar sus cartas, esas que le han traído con todo merecimiento hasta la final. Alrededor de un gran Pirlo, la nueva azzurra de Prandelli devoró la posesión durante varios minutos y movió con paciencia de un lado a otro. Con balón, la movilidad de Cassano causaba problemas, y Balotelli es de esos tipos de los que nunca se puede estar seguro de nada, ni para lo bueno ni para lo malo, de ahí su peligro. Pero en esos minutos de agobio, España volvió a mostrarse sólida en defensa - excelente partido de la pareja Ramos-Piqué - y con la inestimable colaboración de un fuera de serie bajo palos; es tan intangible la importancia que las acciones de un portero pueden tener en el desarrollo de un partido, que a veces resulta difícil calibrar o reconocer. Pero Casillas es de esos que cambian partidos con una parada en el momento justo, y ayer volvió a ser una vez más decisivo. Sin saber aprovechar su momento, a Italia se le hizo la cuesta del partido aún más empinada. Primero, con la lesión de su mejor defensor, Chielini, y segundo, porque para entonces, Xavi Hernández había vuelto en el momento justo tras una Eurocopa algo discreta, para servir el segundo tanto, al que ha sido para mí la gran revelación del torneo. Jordi Alba recibió un magnífico pase del de Tarrasa y rubricó su gran campeonato con una buena definición ante Buffon.
Con dos goles a favor, uno podría pensar que el partido estaba hecho, pero no ante Italia, nunca ante Italia. A la vuelta del descanso, tuvo una gran oportunidad de meterse en el partido, si Di Natale hubiese tenido algo del acierto choque inaugural en el uno contra uno, tras un genial pase de Montolivo, pero remató al muñeco. Y ahí prácticamente acabaron sus opciones, porque lo que vino a continuación fue un monólogo. Acentuado, eso sí, por un nuevo infortunio, la lesión de Thiago Motta cuando acababa de entrar en el campo, cumplidos ya los tres cambios italianos. Pero igualmente, el nivel de España en la segunda parte fue absolutamente abrumador. Con ese juego preciosista, milimétrico, el equipo al completo tocó una sinfonía estéticamente maravillosa, efectivamente aplastante. Alrededor del mejor director de orquesta, Xavi Hernández, al que tanto habíamos echado de menos en esta Eurocopa - y al que tanto echaremos cuando se retire. Dos goles más cayeron, obra del recién incorporado Torres y otro de Mata, que ayer tuvo sus primeros minutos en el campeonato. Cuatro tantos que confirman a la gran España del tiqui-taca como triple campeona de Europa y el rival a batir en la próxima Copa del Mundo. Ole, ole, y ole.
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